A diferencia de lo que ocurre en los países anglosajones, donde las
iglesias de corte protestante han adoptado firmes posturas en torno a la
Teoría de la Evolución, en los países de mayor influencia católica el
debate Creacionismo/Evolucionismo parece que no ha calado en la sociedad.
Desde mediados del pasado siglo (y bajo la influencia del teólogo y también
paleontólogo Theilard de Chardin), la Iglesia Católica Apóstólica y Romana
(ICAR) ha venido aceptando tácitamente las teorías evolucionistas, que en
su momento había condenado abiertamente. Ya en 1950, Pío XII, en la
encíclica "Humani generis", manifestaba que no veía oposición entre el
evolucionismo y doctrina católica, aunque mostraba reservas sobre la
validez científica de la "hipótesis evolucionista". Hubo que esperar hasta
23 de octubre de 1996 para que otro papa, Juan Pablo II, reconociera
abiertamente que, a la vista de los avances en biología, la teoría de la
evolución es "más que una hipótesis".
Sin embargo, el medio escogido para hacer esta afirmación (un anuncio en la
Academia de Ciencias Episcopales y no una encíclica o una carta pastoral)
no es el más adecuado para despejar ambigüedades. Siempre que la ICAR entra
en el terreno pantanoso de la confrontación de su doctrina con el
conocimiento científico, la postura oficial es la ambigüedad. En lugar de
tomar postura en el debate entre Creación o Evolución, la ICAR ha apostado
por jugar en los dos bandos: "Creación Y Evolución".
Difícilmente un católico educado en Europa aceptaría una teoría
creacionista basada en una Tierra de 6000 años de antigüedad. En una
sociedad mayoritariamente laica (al menos en la práctica), ni la ICAR ni
ninguna otra Iglesia encontraría apoyo social suficiente para extender esa
suerte de "Geología alternativa" que las Iglesias protestantes (que cuentan
con sus propias Universidades) han desarrollado en Estados Unidos con
objeto de sustentar su particular visión del Creacionismo.
La ICAR es más sutil. Aparentemente se alinea la lado de la Ciencia, de
manera que resulta difícil acusar a los pensadores católicos de ignorancia
o de tergiversar los hechos. Los fósiles son fósiles, no engaños de Dios, y
llevan ahí los millones de años que los científicos afirman. Sin embargo,
esta aceptación del hecho científico e hace de forma ambigua, haciendo un
énfasis especial en todo aquello que aún no ha sido explicado, dejando
abierta, por lo tanto, "la puerta del misterio". Al fin y al cabo, la
Evolución es una teoría, y el mecanismo de la selección natural a partir de
mutaciones al azar aún no se ha explicado de forma satisfactoria, es
imposible producir la forma de vida más sencilla en el laboratorio... De
forma que apuntar la idea de un Dios que vela por la "corrección" del
proceso no parece descabellado a los católicos cultos: ¿acaso ese mismo
Dios no fue el que hizo estallar el Big Bang y estableció las leyes
que mantienen a los planetas en la órbita exacta para hacer posible la vida?
Leyendo la Biblia de forma simbólica, la Fe (esa Fe ambigua, definida
asimismo en términos de "misterio") encaja perfectamente en los
conocimientos científicos actuales. Los días del Génesis no son días
físicos, sino períodos de duración indeterminada. La palabra de Dios
("Hágase ...") se convierte en un misterioso empujón del Creador para
llevar su Obra por el camino premeditado. Se sustituye "lo aún inexplicado"
de la teoría de la Evolución (es decir, el papel del azar y las mutaciones,
o al menos el papel de "algún" azar y de "algunas" mutaciones) por otro
mecanismo menos explicado aún, a saber, la existencia y la acción de Dios.
Pero para el católico ese mecanismo no requiere explicación, pues es
cuestión de Fe. Según la lógica católica, un misterio se soluciona con otro
misterio.
El "punto caliente" para la ICAR es la aparición del Hombre. Según esta
Iglesia, y como (siempre bajo su interpretación) se relata en el libro del
Génesis, el Hombre está dotado de un alma inmortal, insuflada por Dios al
primer individuo de la especie y transmitida desde entonces a las sucesivas
generaciones. Abrumado por los descubrimientos de fósiles de homínidos y de
especimenes indiscutiblemente humanos, el católico culto no puede cerrar
los ojos ante la evidencia. Aunque no hay una postura oficial en este
punto, el católico culto acepta tácitamente que Dios preparó el camino
hacia la aparición del Hombre, sea diseñando un espécimen idóneo o, según
una versión aún más "científica" si cabe, permitiendo que las especies
evolucionaran hasta alcanzar el punto adecuado. El católico culto acepta
que, en ese momento, Dios "puso" un alma a un organismo que carecía de
ella. Como era de esperar, no hay consenso sobre si el afortunado sería un
solo individuo, o una pareja, o un grupo de hermanos... El primer humano,
¿fue hombre o mujer? No hay duda que la teoría de la "Eva africana" puede
dar mucho juego a una inteligencia católica desbordada.
En "Los porqués de un escriba filósofo" Martin Gardner lanza una crítica
demoledora contra este punto de vista: si hubo alguna vez un primer hombre
dotado de alma, sus padres fueron sin duda una pareja de brutos que
carecían de ella. ¿No sería un acto de crueldad infinita por parte de Dios,
dar a conocer a ese Adán que ha sido "salvado", mientras entrega a sus
progenitores no ya a una condenación eterna, sino a la nada absoluta?
En todo caso, sería un acto de crueldad que no desmerece en nada las
crueles hazañas que el Dios Padre de los católicos realiza, por activa y
por pasiva, a lo largo de todas las páginas de Su Libro.
Fuente: El Escéptico Digital